sábado, 11 de febrero de 2012

Una de esas noches

Me levanté de repente, helado y sin saber donde estaba. Me tomo un segundo incorporarme, recorrer el lugar con la mirada y darme cuenta que estaba en la habitación de los padres de Ezequiel, en un último intento de ser prudente me había escapado de la fiesta cuando la cabeza me daba demasiadas vueltas, cuando sentí que la lengua se me arrastraba tanto que tenía que repetir un par de veces todo lo que decía para darme a entender de alguna manera. Fue otra de esas noches, se me paso el whisky y contra toda mi voluntad inicial terminé borracho y haciendo el ridículo. Por lo menos eso creo, al final, recuerdo poco de la última parte de la noche, solo que discutíamos de política y que había empezado a ponerme necio.

Me paré rápido de la cama y me puse las botas, entre mi cruda moral y mi sentimiento de abandono, por despertar en otra cama, no quería pasar un minuto más en ese departamento. Salí en silencio, sin ganas de despertar al resto de la fiesta que dormía en comuna hippie por el piso de la sala, el lugar era un asco. Camine de prisa, sin mirar a nadie a los ojos por la calle, suficiente tenía con mis pensamientos difusos como para tener que lidiar con todos los que ya estaban despiertos y con el día a medio gastar. ¿Que carajo estaba haciendo yo ahí?, la verdad es que ni siquiera me caían tan bien, no puedo evitar recordarlos con desdén y menos ahora con la cabeza a punto de explotar y el cuerpo hecho pedazos.

Subir la colina camino a casa me pareció una hazaña, la verdad creo que el whisky todavía no había dejado del todo mi sistema, me sentía fatal. Estaba justo en ese momento en que ya no estas borracho pero todavía no estas crudo, ese maldito limbo alcohólico en el que puedes reconectar si alcanzas a tomar un trago preventivo. Pensé en una cerveza y me dieron nauseas, una cuba hubiera tenido el mismo efecto, mi cuerpo reclamaba y yo tenía toda la intención de rendirme por el resto del día.

Maldita mi suerte alcance a decir en voz baja al acercarme a casa. Un jodido camión de bomberos estaba afuera de mi edificio, los vecinos histéricos en la banqueta y mi departamento prendido como raver en tachas. Asumí que entrar en pánico no serviría de nada, así que saqué un cigarrillo y me limité a observar el movimiento frenético de los bomberos tratando de apagar el fuego. Escuché que alguien gritaba desde una de las ventanas, supongo que era mi cuñada, mi hermano trabajaba los sábados por la mañana así que ella era la única que podría estar en casa, ella y su maldita chihuahua Rosy.

Odiaba a esa perra, debo admitir que la idea de imaginarmela achicharrada me divirtió un poco, karma is a bitch. Tu te comiste mi chamarra de cuero y ahora te estabas quemando viva. Por un momento me hubiera gustado que en lugar de ser una chihuahua fuera una perra salchicha, el informe de víctimas de los bomberos hubiera sido fantástico, una salchicha rostizada. Ojalá se muera.

Pensándolo bien la chamarra de cuero ya no importaba tanto, de todas maneras la hubiera perdido en el incendio, a menos claro que ese día la tuviera puesta, en ese caso si, que se muera. Uno de mis vecinos me reconoció y empezó a caminar hacia mi. Analice por un momento las perspectivas para el resto del día: hipotéticamente debería de llamar a mi hermano, decirle lo que estaba pasando y hacerme cargo del asunto, habría de decirle también que su vida, como el la conocía, ya no era más, que no se iba a casar con Tere el próximo mes y que nunca más una perra se iba a cagar en su closet, apagué mi celular.

Me di la vuelta y cruce la calle. Pude ver a el entrometido de mi vecino tratando de alcanzarme, pero un bombero le cortó el paso con una manguera, al parecer el incendio se estaba saliendo de control. Llegué al bar de la esquina, el lugar estaba vacío, todo el barrio estaba de pie en la banqueta observando embrutecidos el incendio. Pedí un whisky y me senté en una orilla, iba a ser otra de esas noches.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Ojos abiertos y manos ocupadas

Desempleado, soltero, endeudado, perdido, con el ego lastimado, el coche chocado y una gripa incipiente producto de unos días de enfriamiento involuntario. Así podríamos definir mi última temporada, si, así podríamos, pero no. Todavía no me trago el cuento de que la estoy pasando mal, de que es una pequeña crisis per se; al contrario, trato de mantenerme ocupado, de observar más ahora que puedo, de pensar en mi futuro, de reflexionar en mi pasado. Instintivamente, cuando me siento perdido, trato de ver los pasos que he tomado hasta hoy, las decisiones que han marcado mi vida y me han llevado por el camino en el que ando.

Puedo ver claramente puntos de inflexión, generalmente relacionados con lugares específicos: Coatzacoalcos, Monterrey, Buenos Aires, Belfast, Ciudad de México. De alguna forma elegí estos escenarios para transformar mi vida, entiendo que el reflejo de un nuevo contexto ayuda a encontrar rasgos, virtudes y vicios en uno mismo. Actúan como catalizadores de cambios que se tendrían que dar de todas maneras, si bien, en otras circunstancias. En mi caso, cada uno de estos viajes ha servido para darme cuenta de las cosas que estaba haciendo, las que había hecho y las que quería hacer. Una suerte de hoja de ruta involuntaria que se me presenta en la vorágine de los cambios.

Hoy vivo una nueva circunstancia, el cambio que estoy buscando difícilmente llegará con un nuevo contexto, su misma naturaleza lo enmarca en mi todo y al mismo tiempo en la nada. Desde que tengo memoria me encuentro buscando un rumbo, probando todo a mi disposición tratando de encontrar esas actividades apasionantes, esos intereses únicos, esos placeres personalísimos que pueden llenar la vida; durante esa búsqueda también encontré mis demonios, a veces disfrazados de placeres, de actitudes lascivas, encontré también mis vicios, encontré a los límites de mis valores, de mis virtudes, supe hasta donde podía llegar y en muchos casos de lo que yo realmente era capaz. Pude ver en el rostro de los demás el miedo a mi lado más obscuro, me reconocí como imperfecto y miembro inequívoco del género humano.

Al final, no pude sino darme cuenta que ambos lados de la moneda son necesarios, yo los controlo y nadie más puede llevarme por caminos que yo no elija. Tenemos las herramientas para defendernos y actuar cuando es necesario, pero también la enorme capacidad de tener compasión y amarnos a nosotros mismos y los demás. Somos unos animalitos muy especiales, víctimas tanto de nuestro instinto como de la evolución que nos permite razonar y crear; transformar y destruir a placer nuestro entorno, crear y construir, cada vez más alto, cada vez más grande, cada vez mejor.

Mi disyuntiva hoy no es solo obtener las cosas que siempre quise, ahora me replanteo esos mismos deseos en contraste con mis necesidades. Trato de discernir entre las cosas que a mi me hacen feliz y las cosas que pensé lo hacían, cosas que la vida me había enseñado a valorar sobre aquellas que realmente me importan. Ya tengo una idea más clara de las cosas que quiero hacer y tener, constantemente me encuentro resolviendo como lograrlas y conseguirlas. Cada vez me siento más cerca de esa meta amorfa que todavía no termino de entender, pero que empieza a verse más nítida al horizonte.

Todavía tengo miedo del futuro, aunque debo de admitir que ese miedo se mezcla progresivamente con una emoción imposible de esconder. Lo que viene me excita, me llena la cabeza de sueños, me pone a volar. No puedo evitar pensar en hasta donde puedo llegar, ¿cual será realmente mi límite?¿qué tanto puedo sacrificar para lograrlo?. Mi espíritu aventurero me sobrecoge, me recuerda constantemente que yo no nací para estar detenido aunque muchas veces me encuentre en esa misma situación.

Tengo un presentimiento de que grandes cosas están por suceder, producto en su mayoría de esfuerzo, acciones y decisiones que ya están o están a punto de tomarse. La idea es mantener los ojos abiertos para oportunidades y tener la capacidad de respuesta adecuada. Y así, paso por la vida con la mirada activa y las manos ocupadas.