miércoles, 7 de marzo de 2012

El amor y yo

Me encontré de pronto una lista. Estaba entre mis notas, perdida entre los apuntes de un largo viaje. No fue difícil recordar el momento en que la escribí, estaba en casa de mis padres, sentado en una cama, escuchando el murmullo del aire acondicionado mientras trataba de definir el rumbo para ese año. Era uno de los primeros días de enero, el año aún era muy joven y las posibilidades infinitas. Recorrí la lista con la mirada, era una lista de temas; cuentos que quería escribir, ensayos que investigar, columnas que publicar. Nada de eso estaba escrito y algunas cosas nunca lo fueron. Recuerdo que lo primero que cumplí de esa lista era un pequeño cuento sobre mi padrino, escribí de como me enseño a decir groserías de pequeño y de la escopeta de principios del siglo pasado que me heredó.

Escribí también de mis padres, de mi hermano, escribí de la escuela y mis noches de marcha por Madrid. De esa lista quedaron pocos pendientes, quedó uno en particular que todavía me resuena en la cabeza. En esa lista me prometí a mi mismo que escribiría sobre el amor sin tener el corazón roto. ¿Qué sabía yo entonces del amor? ¿qué se hoy de el?. Conozco muy bien el dolor, el sufrimiento y la infatuación, ¿pero el amor? el aún se me escapa. Si bien es cierto que he sido amado por muchos y en cantidad, el amor y yo nunca hemos sido formalmente presentados. Somos de esos conocidos de lejos que sabemos nuestros nombres pero que nos pasamos de largo por la calle. El amor y yo no somos amigos íntimos, no nos hablamos de tu y mucho menos salimos de la mano a caminar por el parque.

El amor y yo somos extraños, el no sabe nada de mi, y por lo que parece, yo no se nada de el. Para ser sincero, no se bien si el amor me cae bien o mal. Me parece uno de esos seres extraños, que actúa irracionalmente y no paga sus deudas. Tiene una cara de niño algo perturbadora y su manía de llegar en los momentos más inoportunos me parece más bien algo maniática. Un tipo raro el.

Recuerdo la última vez que lo vi, deambulando borracho por los rincones de un bar en Veracruz. Trastabillaba, su mirada estaba perdida y parecía que se había drogado. La idea de ver al amor en ese estado me revolvió el estomago. Como siempre, nos saludamos de lejos, asintiendo ligeramente con la cabeza, no volveríamos a cruzar palabra en toda la noche.

Todavía nadie nos ha presentado formalmente, todavía nos cruzamos asintiendo con la cabeza, como si supiéramos, que toda esta dinámica de vernos a lo lejos nos va a llevar a ese inevitable momento en que no podamos evadirnos más. El amor y yo estamos destinados a conocernos, parece que el lo sabe y creo que yo también lo sé. Creo que hasta hoy, ninguno de los dos estamos listos. Faltan lecciones y noches de marcha, cigarrillos por encender y tragos por compartir. Todavía no se nada del amor, el, seguramente no sabe nada mi, pero he de admitir que soy muy curioso al respecto. ¿Qué mueve al amor?¿qué lo hace ser quien es y hacer lo que hace?¿que es lo que le permite construir y destruir a su antojo?. Estás son las preguntas que quiero hacerle, quiero conocerlo, analizarlo y dejarme llevar por su mundo irracional.

Quiero dejar de ser un extraño. Quiero saludarlo de frente y por su nombre, toparnos por la calle y hacer un barullo, como dos viejos amigos que se reencuentran después de años. Me pregunto si el amor piensa lo mismo de mi, con lo poco que lo conozco me cuesta trabajo imaginarme que pasa por su cabeza. Supongo que el no lo piensa, seguro se deja llevar y si el flujo lo lleva a mi lo tomará de la mejor manera.

Por ahora, seguiré asintiendo con la cabeza y saludando de lejos, expectante del día en que por fin alguien nos presenté y las distancias se hagan cortas. Seguro también, de que sin conocerlo se lo voy a presentar a alguien más, alguien que lo saluda de lejos y que solo sabe su nombre.

lunes, 5 de marzo de 2012

Te olvidé a ti, me olvidé a mi

Hoy leí tu historia en voz alta. Tenía toda la intención y al mismo tiempo fue por accidente. No desperté esta mañana pensando en ti, ni me pareció un día particularmente especial. No sentí nostalgia ni una lagrima se me escurrió por la mejilla. Solamente la leí, enfrente de un grupo de extraños, entonando correctamente las palabras, pausando cuando era debido, leí desde el principio hasta el final.

No es una historia particularmente grandiosa la tuya, es como la de cualquier chico que deambula por la vida tratando de encontrar su camino, tienes un buen corazón pero nunca has salvado a un grupo de veteranos de un camión en llamas. Lo mejor que hiciste la última semana que te vi fue ayudar a la anciana Torres a recoger sus abarrotes de la tienda, al final fue toda una proeza, la señora Torres no tiene quien la ayude y arrastrar la pesada bolsa desde mercado de vuelta a casa la somete a un castigo innecesario una vez a la semana. Para ella ese día fuiste un héroe, lo mismo que hubieras sido para su hija que murió en un accidente el año pasado si la hubieras detenido antes de cruzar la calle.

Nunca ganaste un premio por excelencia en la escuela ni te ganaste una beca para estudiar la universidad. Tu mayor logro académico fue haber deletreado bien “Extralimitación” en un concurso de la escuela, ese fue tu momento estelar, nunca tendrías otro más. Tus maestros nunca te consideraron el más listo de la clase o una joven promesa. La vida te trataba como a uno más, sin aspavientos ni honores merecidos.

A pesar de nunca haber sobresalido todos los que te conocieron te recuerdan claramente: tus facciones, tu carácter, tu sonrisa. Siempre contaste los peores chistes pero lograbas hacer sonreír a tu audiencia cada vez. Nunca lo entendí, eras uno más del resto y aún así lograste destacar en mis recuerdos.

El día que leí tu historia en voz alta lo hice para salir de un apuro, habría de leer una historia en un grupo y no tenía idea de que hacer. Sin pensarlo mucho empecé a hablar sobre ti tan pronto llegó mi turno. Pensé que sería fácil, que el aparente color gris del recuerdo me sacaría del embrollo sin mayor problema ni victoria. Comencé a recordarte mientras te describía, recordé todas nuestras historias juntos y todas esas sonrisas con las que me recibías cada mañana en tu pequeñita habitación del barrio 13. En esos días caminábamos juntos de casa al trabajo, yo me desviaba un poco de la avenida principal y entraba a tu barrio para irnos juntos, caminar acompañado era por mucho lo que más extrañaba.

Una cosa diré de ti, si bien nunca fue posible hablar de un libro o discutir la coyuntura económica del país eras bello, por bello no solo quiero decir físicamente, sería una injusticia para ti y el mundo, eras bello tanto por dentro como por fuera, un ser humano en toda la extensión de la palabra. Eras feliz con tu trabajo mediocre porque te permitía el tiempo suficiente para liberarte temprano y ayudar a quien pudieras por la ciudad, a pasar todas las noches conmigo, a observar el parque desde tu balcón e imaginarte volando entre los árboles.

Pasaron dieciocho años ya, hoy no camino al trabajo. Las prisas de cumplir con todo y todos me traen acelerando el auto por las mañanas. Todos los días discuto la coyuntura económica y leo un poco. Hace mucho que no camino por el parque. Las palomas ya no hacen nido en mi balcón porque ya no estas tu para alimentarlas ni hacerles una cubierta que las proteja de las tormentas del verano. Hoy solo estoy yo.

Mientras leía tu historia en voz alta, ante ese grupo de extraños recordé lo feliz que fui contigo. Lo sentí tan vívido que en algún momento olvidé por completo que estabas muerto. Olvidé que hace tiempo había cerrado mi vida a la gente y que caminar por las mañanas hacia el trabajo me hacía inmensamente feliz. Te olvidé a ti, no por no amarte más, sino porque me dolía mucho aceptar que la fatalidad hubiera llegado tan pronto a mi vida. Me había preparado en mi cabeza para perderte viejo, después de haber hecho todo lo que nos proponíamos, cansados, en paz. Nunca vislumbré la posibilidad de que te fueras en tu mejor momento, en mi mejor momento.

El grupo de extraños me observaba fijamente, tu historia no era larga, más bien corta. La escribí un día después de tu accidente, para leerla en tu funeral. Se quedó guardada en un correo electrónico que hasta hoy encontré entre prisas. Nunca llegué a tu funeral, nunca volví por tus cosas al departamento del barrio 13, nunca volví a poner un pie en tu parque ni a visitarte en el cementerio. Para ser sincero ni siquiera sé en donde está tu tumba. Te borré de mi memoria, te borré de mi vida, huí de todo lo que me hacía feliz pues nunca volvería a ser igual.

Al terminar de leer tu historia, tan estoico como siempre, me senté y el ejercicio continuo después de una incómoda pausa. Mis ojos y mejillas estaban secos, mi corazón en cambio se sentía vivo, latiendo de nuevo después de años de permanecer roto. recordé que a pesar del tiempo nunca te olvidé del todo, recordé que la señora Torres no tuvo que cargar más nunca su bolsa del mercado, aún cuando tu ya no estabas.