lunes, 5 de marzo de 2012

Te olvidé a ti, me olvidé a mi

Hoy leí tu historia en voz alta. Tenía toda la intención y al mismo tiempo fue por accidente. No desperté esta mañana pensando en ti, ni me pareció un día particularmente especial. No sentí nostalgia ni una lagrima se me escurrió por la mejilla. Solamente la leí, enfrente de un grupo de extraños, entonando correctamente las palabras, pausando cuando era debido, leí desde el principio hasta el final.

No es una historia particularmente grandiosa la tuya, es como la de cualquier chico que deambula por la vida tratando de encontrar su camino, tienes un buen corazón pero nunca has salvado a un grupo de veteranos de un camión en llamas. Lo mejor que hiciste la última semana que te vi fue ayudar a la anciana Torres a recoger sus abarrotes de la tienda, al final fue toda una proeza, la señora Torres no tiene quien la ayude y arrastrar la pesada bolsa desde mercado de vuelta a casa la somete a un castigo innecesario una vez a la semana. Para ella ese día fuiste un héroe, lo mismo que hubieras sido para su hija que murió en un accidente el año pasado si la hubieras detenido antes de cruzar la calle.

Nunca ganaste un premio por excelencia en la escuela ni te ganaste una beca para estudiar la universidad. Tu mayor logro académico fue haber deletreado bien “Extralimitación” en un concurso de la escuela, ese fue tu momento estelar, nunca tendrías otro más. Tus maestros nunca te consideraron el más listo de la clase o una joven promesa. La vida te trataba como a uno más, sin aspavientos ni honores merecidos.

A pesar de nunca haber sobresalido todos los que te conocieron te recuerdan claramente: tus facciones, tu carácter, tu sonrisa. Siempre contaste los peores chistes pero lograbas hacer sonreír a tu audiencia cada vez. Nunca lo entendí, eras uno más del resto y aún así lograste destacar en mis recuerdos.

El día que leí tu historia en voz alta lo hice para salir de un apuro, habría de leer una historia en un grupo y no tenía idea de que hacer. Sin pensarlo mucho empecé a hablar sobre ti tan pronto llegó mi turno. Pensé que sería fácil, que el aparente color gris del recuerdo me sacaría del embrollo sin mayor problema ni victoria. Comencé a recordarte mientras te describía, recordé todas nuestras historias juntos y todas esas sonrisas con las que me recibías cada mañana en tu pequeñita habitación del barrio 13. En esos días caminábamos juntos de casa al trabajo, yo me desviaba un poco de la avenida principal y entraba a tu barrio para irnos juntos, caminar acompañado era por mucho lo que más extrañaba.

Una cosa diré de ti, si bien nunca fue posible hablar de un libro o discutir la coyuntura económica del país eras bello, por bello no solo quiero decir físicamente, sería una injusticia para ti y el mundo, eras bello tanto por dentro como por fuera, un ser humano en toda la extensión de la palabra. Eras feliz con tu trabajo mediocre porque te permitía el tiempo suficiente para liberarte temprano y ayudar a quien pudieras por la ciudad, a pasar todas las noches conmigo, a observar el parque desde tu balcón e imaginarte volando entre los árboles.

Pasaron dieciocho años ya, hoy no camino al trabajo. Las prisas de cumplir con todo y todos me traen acelerando el auto por las mañanas. Todos los días discuto la coyuntura económica y leo un poco. Hace mucho que no camino por el parque. Las palomas ya no hacen nido en mi balcón porque ya no estas tu para alimentarlas ni hacerles una cubierta que las proteja de las tormentas del verano. Hoy solo estoy yo.

Mientras leía tu historia en voz alta, ante ese grupo de extraños recordé lo feliz que fui contigo. Lo sentí tan vívido que en algún momento olvidé por completo que estabas muerto. Olvidé que hace tiempo había cerrado mi vida a la gente y que caminar por las mañanas hacia el trabajo me hacía inmensamente feliz. Te olvidé a ti, no por no amarte más, sino porque me dolía mucho aceptar que la fatalidad hubiera llegado tan pronto a mi vida. Me había preparado en mi cabeza para perderte viejo, después de haber hecho todo lo que nos proponíamos, cansados, en paz. Nunca vislumbré la posibilidad de que te fueras en tu mejor momento, en mi mejor momento.

El grupo de extraños me observaba fijamente, tu historia no era larga, más bien corta. La escribí un día después de tu accidente, para leerla en tu funeral. Se quedó guardada en un correo electrónico que hasta hoy encontré entre prisas. Nunca llegué a tu funeral, nunca volví por tus cosas al departamento del barrio 13, nunca volví a poner un pie en tu parque ni a visitarte en el cementerio. Para ser sincero ni siquiera sé en donde está tu tumba. Te borré de mi memoria, te borré de mi vida, huí de todo lo que me hacía feliz pues nunca volvería a ser igual.

Al terminar de leer tu historia, tan estoico como siempre, me senté y el ejercicio continuo después de una incómoda pausa. Mis ojos y mejillas estaban secos, mi corazón en cambio se sentía vivo, latiendo de nuevo después de años de permanecer roto. recordé que a pesar del tiempo nunca te olvidé del todo, recordé que la señora Torres no tuvo que cargar más nunca su bolsa del mercado, aún cuando tu ya no estabas.

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