martes, 28 de agosto de 2012

Tropiezos 3

La historia continua con un cigarrillo. No tanto por el gusto o aroma, si no por la impresión que causa la escena en el espectador. Julián, pensativo en el balcón, mirando los sauces en el parque frente a su casa. Guardaba silencio como si quisiera escuchar la melodía que seguían las ramas al mecerse de un lado a otro, siguiendo a un viento travieso que no da señas de su verdadera dirección y solo revolotea las hojas verdes y amarillas en todos los sentidos. 
Pasan demasiadas cosas por su cabeza como para enumerarlas. Su estado de ánimo cotidiano esos días permanecía dentro de una constante confusión. Eran casi las tres de la tarde y el cigarrillo no había cumplido su cometido de engañar al estomago. Tenía hambre pero no quería bajar a la cocina, su madre se pasaba el día entero pegada al radio, escuchando notas que la llevaban a una mejor época en su cabeza. No era que Julián no amara a su madre, era la persona más importante en su vida, pero le dolía verla evadida del mundo. Era una copia sin chiste de la mujer fuerte y altiva del pasado. Desde la muerte de su padre el la vio derrumbarse todos los días un poco, como un globo aerostático acostumbrado a volar alto que se va quedando sin aire hasta desplomarse al suelo por completo. 
Junto voluntad y bajo la escalera hasta el recibidor, para su sorpresa el radio de la cocina estaba prendido pero su madre no estaba. Aprovechó su suerte e improvisó un bocadillo de carne y queso; Lo engulló todo tan rápido que casi se atora. No supo que hacer después, no tenía ganas de ver a su madre pero tampoco quería evitarla, ella no lo merecía. Julián respiro hondo y se acomodo en una de las sillas de la cocina. En la radio estaba el noticiero de la tarde; algo sobre un político corrupto y su amante de diecisiete años. -Diecisiete- pensó para sí-casi tantos como yo la primera vez...-
Su madre entró en la cocina como un torbellino, distinta de su habitual ser somnoliento de los últimos meses. Hablaba de asuntos pendientes, metas sin cumplir, sueños atrasados. Cosas que tenía que hacer ahora mismo, que no podían esperar, que eran demasiado importantes como para dejarlas para otro día. Para sorpresa de Julián, su madre estaba arreglada, perfecta, casi como si nunca hubiera desaparecido del mundo por meses. El estaba estupefacto, un golpe de optimismo lo invadía de nuevo, por primera vez en mucho tiempo parecía que todo estaría bien.
Escuchó a su madre largo rato, había extrañado esa seguridad y tono decidido de sus palabras. Nunca se lo había dicho pero ella lo que lo hacía seguir adelante, sin su empuje se sentía solo, desprotegido. Cuando los ánimos se calmaron en casa decidió dar un paseo por el parque, era tarde pero la oscuridad nunca fue un impedimento para que el saliera de casa. 
Hacía algo de frío pero no llevó el abrigo, la idea de conseguirse algo de calor corporal le pasó por la cabeza. Hacía meses que no se paraba en un antro, desde aquella noche en que hizo el ridículo de una vida la sola idea de acercarse le provocaba mariposas en el estomago. Aunque no todo había salido mal esa noche, el lo sabía. Seguía pensando en esos ojos verdes, fue un instante y aún así pudieron marcarse permanentemente en su memoria. No se había atrevido a buscarlo, nunca había buscado a nadie, siempre todos llegaban a el, sin esfuerzo, sin dramas. Bueno, los dramas llegaban, pero siempre después de haber aprovechado la situación. 
Ahora era el quien quería buscar, estaba tranquilo y no pensaba a diario en el, pero cada vez que lo recordaba su cuerpo entero se ponía ansioso. Como si le suplicara que buscara al chico de los ojos verdes, la bufanda y los anteojos redondos. Al parecer, su cuerpo sabía algo de aquel chico que el desconocía. Quería seguir por ese camino pero su instinto de supervivencia lo detenía. Lo último que quería a estas alturas del año era complicarse más la vida. Rodeó el abedul central y como quien no quiere dar la vuelta pudo ver a lo lejos la entrada de el Secreto, más aún, pudo ver en la fila de acceso a un chico familiar, sin bufanda pero con unos lentes redondos que cubrían unos ojos verdes, Julián lo entendió en ese momento, ese chico sería su perdición.

sábado, 25 de agosto de 2012

La Cafetera

¿Me pregunto si me extrañas?¿Todavía piensas en mi cuando preparas el café?¿Te sobra una taza todas las mañanas?. Yo cada vez pienso menos en ti. A ratos te apareces en mi cabeza: cuando subo al vagón del metro, cuando voy a la cafetería frente a casa. Que raro es cuando deja de ser nuestra casa, para ser solo mi casa. Cuando puedes arrancarle ese sentimiento de propiedad a un lugar solo con sacar unas cajas y alejarte.
¿Tienes un nuevo hogar ya?¿Le dices mío a un nuevo piso?¿Tiene flores y gorriones en el balcón?. Todavía me despiertan todas las mañanas, los gorriones digo, aunque se ven algo decepcionados que sea solo yo quien les abre la ventana para posarse en la maceta a retozar. Creo que te extrañan, te extrañan incluso más que yo. Yo todos los días me levanto pensando en cuanto ya no te extraño. Hago mi día con una sonrisa y pienso en las cosas maravillosas que me están esperando a la vuelta de la esquina. Hoy soy feliz. 
Ya no contesto el teléfono pensando que eres tu, ya ni siquiera estas en mis números frecuentes. El chico de la cafetería me coquetea diario, ayer me puso su número en el vaso de chocolate. Creo que le llamaré, la pasaremos fantástico entre risas y una botella de vino. Si, eso es lo que haré. Le contaré de mis viajes, de mis sueños y mis metas; el escuchará atento, enamorándose poco a poco de mi, sin decirlo. O tal ves lo diga en voz alta, le responderé igual y empezaremos a salir. Me presentará a sus padres y yo lo alentaré para que siga la universidad, salga de la cafetería y se consiga un buen trabajo de arquitecto. 
No, creo que mejor no le llamaré. Me suena muy familiar la historia, me parece muy lógico el final, prefiero que me siga sirviendo café, que me sonría en las mañanas y que nada cambie, pues te digo que hoy soy feliz. No veo ninguna razón para cambiar, no veo aún ningún motivo para que la situación se transforme, todo es perfecto, ya no lloro por las noches hasta quedarme dormido. No, eso ya no sucede más. Desde que te fuiste se secaron mis lagrimas. 
No es dolor lo que siento, claro que no. El perro me mueve la cola al llegar, eso me pone contento, me da la bienvenida a casa, a mi casa. Prendo el televisor y lo dejo encendido mientras ando por ahí. Una, dos, tres copas de vino, algo de comer y a la cama. Eso es un día perfecto, tiempo para mi, tiempo para mi perro, vino y coquetería en el mostrador de la cafetería. 
Ahora el silencio llega muy temprano a mi casa, no tengo que esperar a que nadie duerma. Hay paz y tranquilidad a lo largo del día, nadie molesta, nada suena, solo el televisor con las noticias y variedad. Pero hasta eso puedo apagar cuando yo quiera, estoy en absoluto control y todo se hace de acuerdo a lo que yo digo. Es perfecto. Creo que mañana iré al teatro de la ciudad, podré por fin ver esa obra cómica que tanto me llamaba la atención y nunca pude ver. Eso del drama y la protesta política nunca me llamó la atención, que bueno que nunca tendré que volver a ese pequeño teatro alternativo del centro. 
Me encontré con Ana el otro día, me pregunto que como estaba. Por supuesto que le conteste rápidamente que muy bien. Le conté todo lo que estaba haciendo, le dije sobre el chico de la cafetería y sobre la tranquilidad en casa y el silencio que disfrutaba tanto. Extraño, ella me abrazó muy fuerte y me dijo que me llamaría pronto, que quería pasar tiempo conmigo. No se a que vino todo eso, ella y yo nunca fuimos precisamente amigos. 
Estoy muy bien, estoy feliz. Nada me pasa, la vida es buena conmigo. Aún así no puedo dejar de pensar en que te llevaste la cafetera. En que te sobra una taza y en que no quiero nunca que te deje de sobrar. Que te sobre siempre o no te sobre nunca al acordarte que no se preparar café, que te extraño más que los gorriones y que el televisor nunca me habla de vuelta. Que nunca será mi casa pues la quiero nuestra, que mentí todo este tiempo al decir que ya no pensaba en ti.