miércoles, 5 de diciembre de 2012

Hasta siempre papá


Mi padre murió a las 12:43 de la mañana el 11 de noviembre de 2012. Murió rodeado de médicos y enfermeras que desesperadamente trataron de salvarle la vida; contra sus mejores esfuerzos todo fue en vano, a esas horas la infección ya se había propagado y consumía lentamente lo poco de vida que le quedaba. El, aguanto cuanto pudo y solo reservo un último esfuerzo para despedirse de la mujer que amó en su vida; -te amo- fue lo último que mi madre pudo escuchar de sus labios. Papá murió rápido, con una convalecencia corta y el menor dolor posible, todo apenas en unas cuantas horas. Testimonio indiscutible de que nadie tiene la vida comprada y que todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos.
Se fue tranquilo y sin asuntos pendientes. De una u otra forma empezó a cerrar ciclos mucho antes de morir. Dijo -te quiero- cuando sintió decirlo, dijo -gracias- cuando lo ameritaba, se esforzó por predicar con el ejemplo, zanjó desencuentros del pasado y se dejó llevar por las cosas buenas que la vida le fue poniendo enfrente. De entre todos los escenarios posibles para encarar a la muerte me parece que se encontraba en una situación inmejorable. 
Por otro lado deja un vacio enorme en la vida de todos los que lo conocimos. Me atrevo a decir enorme no por que sea mi padre, no por que yo lo sienta mucho o mi visión este sesgada; me atrevo por que me he sentido abrumado por todas las muestras de cariño, solidaridad, afecto y gratitud que he podido presenciar en estas últimas semanas. Se me viene a la mente la idea de que, si bien mi padre solo tuvo dos hijos, dejó a muchos sintiéndose huérfanos en esta vida. Muchas veces me pasó que cuando llegaban a consolarme por la muerte de mi padre los que realmente buscaban consuelo eran ellos. Mi perdida era, de hecho, una perdida para muchos otros, un detalle que nunca debo de olvidar.
Lloré mucho, como nunca en mi vida. Me sentí solo, perdido, abrumado por mi vida que cambiaba vertiginosamente sin poder hacer absolutamente nada al respecto. A veces no sabía si lloraba por mi, o por lo mucho que me dolía ver sufrir a las personas que más quiero. Lloraba a fin de cuentas, el origen era el mismo. Durante los días inmediatos a la muerte de papá navegué por instrumentos, estaba ahí, hacía lo que tenía que hacer, sufría en silencio (y no tan en silencio), pero me sentía ajeno, en shock, como si lo que estuviera pasando a mi alrededor fuera un sueño, un horrible sueño lúcido del que no podía despertar. 
Poco a poco volvió la calma, con el apoyo decidido y firme de amigos y familia pude despertar. Lo peor del dolor ya había pasado, las lágrimas se fueron secando y la realidad tomó el lugar de lo que parecía fantasía. Las cenizas de papá seguían ahí, inertes sobre  un mueble de la sala, con una vela prendida, agua, sal y decenas de arreglos florales. Detalle curioso, a mi padre siempre le gustaron las flores; se quejaba amargamente que no le regalaban suficientes, por lo menos en su muerte se fue rodeado de un jardín entero. 


Lentamente vamos volviendo a la rutina: trabajo, proyectos, sueños, aventuras. La vida sigue, a como de lugar, la vida sigue. Sigue por lo menos, hasta que se acaba, después quien sabe que es lo que pasa. Por mi parte me quedo tranquilo, papá me educó bien, me inspiro a seguir mis sueños y me ayudo a descubrir las herramientas necesarias para conseguirlos. Nunca escatimó en prepararnos para lo que viniera, incluso si eso implicaba que el no estaría ahí.  
Extrañamente, desde el momento que supe que papá estaba internado no tuve muchas esperanzas, presentía que el final estaba cerca y así me empecé a preparar. La llamada que recibí a las 2 de la madrugada no me dijo nada, pero en ese momento supe que todo había terminado; cerré los ojos, e hice una pequeña plegaria, agradecí por el padre que había tenido, le dije lo mucho que lo quería y me despedí de el, dejándolo libre para lo que fuera que el universo le tenía preparado. Y así acabo, con un simple - Hasta siempre-.

martes, 18 de septiembre de 2012

Una segunda oportunidad

Recuerdo mucho la última noche que pasamos juntos. La recuerdo a menudo, en cualquier momento se me aparece, en cualquier lugar me viene a la mente. No se supone que pasara la noche contigo aquel día. En un escenario ideal yo tendría que llegar temprano a casa y descansar como se esperaba de mi. Como se espera de un chico responsable y con dos dedos de frente. Nada de eso importó, después de abrir la primera botella de vino espumoso y encender el primer habano supe que no podría despedirme de ti esa noche. 
Te conocí hace diez años, tenías rulos y un ridículo saco con el estampado más feo que he visto en mi vida. Vas y vienes, apareces, desapareces, entras y sales de mi vida con el mismo ímpetu que un tornado sorpresa a la mitad del campo. Errático y sin embargo siempre logras dejar una marca diferente, siempre me dejas pensando en las posibilidades y tan pronto lo empiezo a considerar te escapas como una gacela huyendo de un leopardo,  adivinando en el brillo de mis ojos mis pensamientos.
Eras el rey de los excesos, todo te valía madre, el mundo tenía que hacerse de acuerdo a tu gusto y no estabas dispuesto a tomar un no como respuesta. Tu obsesión por vivirlo todo es tu mayor atractivo y tu peor condena, te lleva por lo alto y lo bajo. Era un baile peligroso el que hacías todos los días, menospreciando tu cuerpo, ignorando tus ideas. Viviste años huyendo de ti mismo, dandole la espalda al mundo. Tratabas de vivir al máximo entre drogas, alcohol y prisas, al final te perdiste de todo. Despreciaste todo lo sagrado dentro de ti.
Muchas veces pensé en quedarme, quería estar contigo sin importar nada. Pero me importabas mucho, te quería. Sabía perfectamente que no podría aguantar verte en el camino de la autodestrucción. Trataría de cambiarte, de ayudarte; pero ese es un camino que cada quien tiene que recorrer solo. Me fui, me fui con la esperanza de algún día volver, de verte bien, de verte feliz, con tu pie lejos del acelerador, disfrutando el paisaje. Al final, mi amor no era suficiente para los dos, no para cumplir con lo propio y suplir el tuyo perdido. El abismo se veía profundo y nada de lo que yo hiciera te sacaría de el.
Un día dejé de escuchar el rugido del viento. El tornado se fue, en su lugar quedó solo una ligera brisa; fresca, juguetona, con olor a campo. El prólogo perfecto para mejores tiempos adelante. Así entró tu llamada hoy. Te escuché fuerte, decidido, feliz, con las manos firmes llevando el rumbo de tu vida, sin acelerones, sin titubeos. Solo tenías palabras de amor para mi, viejas esperanzas de que no te hubiera olvidado. Entre chistes y bromas me demostraste que me tenías presente, que tenías metas y pensabas cumplirlas. 
Mi cabeza da vueltas de nuevo, a mil pensamientos por segundo, excitado con las posibilidades. Este por fin debe ser el momento en que esta historia por fin puede empezar. ¿Qué puede salir mal?. Lo peor ya pasó. Las pruebas más difíciles han quedado atrás y de aquí en adelante solo resta disfrutar y vivir el resto de nuestras vidas. Mirando mis pasos las razones para dejarte se ven muy lejanas, casi imperceptibles, casi no puedo recordarlas. 
Estaba tan emocionado de escuchar de nuevo tu voz que no me percate de lo corta que fue la llamada. Las metas se quedaron en promesas y mis esperanzas largas. Chistes y bromas, deseos, nada concreto. Tu sigues viviendo lejos y aún tienes un largo camino adelante. Estamos en el camino correcto, pero lejos aún de llegar al final del viaje.  No es hora todavía de dejar de caminar en nuestros respectivos rumbos, no es hora todavía de detenernos para tomarnos la mano. Nos veremos pronto amor, pero no hoy. Hoy camina, disfruta el paisaje, consolida todo lo bueno que ha llegado a tu vida, hazte fuerte de nuevo. Prepárate para una larga vida juntos, preparate bien pues ese será el viaje más grande de tu vida. 



martes, 28 de agosto de 2012

Tropiezos 3

La historia continua con un cigarrillo. No tanto por el gusto o aroma, si no por la impresión que causa la escena en el espectador. Julián, pensativo en el balcón, mirando los sauces en el parque frente a su casa. Guardaba silencio como si quisiera escuchar la melodía que seguían las ramas al mecerse de un lado a otro, siguiendo a un viento travieso que no da señas de su verdadera dirección y solo revolotea las hojas verdes y amarillas en todos los sentidos. 
Pasan demasiadas cosas por su cabeza como para enumerarlas. Su estado de ánimo cotidiano esos días permanecía dentro de una constante confusión. Eran casi las tres de la tarde y el cigarrillo no había cumplido su cometido de engañar al estomago. Tenía hambre pero no quería bajar a la cocina, su madre se pasaba el día entero pegada al radio, escuchando notas que la llevaban a una mejor época en su cabeza. No era que Julián no amara a su madre, era la persona más importante en su vida, pero le dolía verla evadida del mundo. Era una copia sin chiste de la mujer fuerte y altiva del pasado. Desde la muerte de su padre el la vio derrumbarse todos los días un poco, como un globo aerostático acostumbrado a volar alto que se va quedando sin aire hasta desplomarse al suelo por completo. 
Junto voluntad y bajo la escalera hasta el recibidor, para su sorpresa el radio de la cocina estaba prendido pero su madre no estaba. Aprovechó su suerte e improvisó un bocadillo de carne y queso; Lo engulló todo tan rápido que casi se atora. No supo que hacer después, no tenía ganas de ver a su madre pero tampoco quería evitarla, ella no lo merecía. Julián respiro hondo y se acomodo en una de las sillas de la cocina. En la radio estaba el noticiero de la tarde; algo sobre un político corrupto y su amante de diecisiete años. -Diecisiete- pensó para sí-casi tantos como yo la primera vez...-
Su madre entró en la cocina como un torbellino, distinta de su habitual ser somnoliento de los últimos meses. Hablaba de asuntos pendientes, metas sin cumplir, sueños atrasados. Cosas que tenía que hacer ahora mismo, que no podían esperar, que eran demasiado importantes como para dejarlas para otro día. Para sorpresa de Julián, su madre estaba arreglada, perfecta, casi como si nunca hubiera desaparecido del mundo por meses. El estaba estupefacto, un golpe de optimismo lo invadía de nuevo, por primera vez en mucho tiempo parecía que todo estaría bien.
Escuchó a su madre largo rato, había extrañado esa seguridad y tono decidido de sus palabras. Nunca se lo había dicho pero ella lo que lo hacía seguir adelante, sin su empuje se sentía solo, desprotegido. Cuando los ánimos se calmaron en casa decidió dar un paseo por el parque, era tarde pero la oscuridad nunca fue un impedimento para que el saliera de casa. 
Hacía algo de frío pero no llevó el abrigo, la idea de conseguirse algo de calor corporal le pasó por la cabeza. Hacía meses que no se paraba en un antro, desde aquella noche en que hizo el ridículo de una vida la sola idea de acercarse le provocaba mariposas en el estomago. Aunque no todo había salido mal esa noche, el lo sabía. Seguía pensando en esos ojos verdes, fue un instante y aún así pudieron marcarse permanentemente en su memoria. No se había atrevido a buscarlo, nunca había buscado a nadie, siempre todos llegaban a el, sin esfuerzo, sin dramas. Bueno, los dramas llegaban, pero siempre después de haber aprovechado la situación. 
Ahora era el quien quería buscar, estaba tranquilo y no pensaba a diario en el, pero cada vez que lo recordaba su cuerpo entero se ponía ansioso. Como si le suplicara que buscara al chico de los ojos verdes, la bufanda y los anteojos redondos. Al parecer, su cuerpo sabía algo de aquel chico que el desconocía. Quería seguir por ese camino pero su instinto de supervivencia lo detenía. Lo último que quería a estas alturas del año era complicarse más la vida. Rodeó el abedul central y como quien no quiere dar la vuelta pudo ver a lo lejos la entrada de el Secreto, más aún, pudo ver en la fila de acceso a un chico familiar, sin bufanda pero con unos lentes redondos que cubrían unos ojos verdes, Julián lo entendió en ese momento, ese chico sería su perdición.

sábado, 25 de agosto de 2012

La Cafetera

¿Me pregunto si me extrañas?¿Todavía piensas en mi cuando preparas el café?¿Te sobra una taza todas las mañanas?. Yo cada vez pienso menos en ti. A ratos te apareces en mi cabeza: cuando subo al vagón del metro, cuando voy a la cafetería frente a casa. Que raro es cuando deja de ser nuestra casa, para ser solo mi casa. Cuando puedes arrancarle ese sentimiento de propiedad a un lugar solo con sacar unas cajas y alejarte.
¿Tienes un nuevo hogar ya?¿Le dices mío a un nuevo piso?¿Tiene flores y gorriones en el balcón?. Todavía me despiertan todas las mañanas, los gorriones digo, aunque se ven algo decepcionados que sea solo yo quien les abre la ventana para posarse en la maceta a retozar. Creo que te extrañan, te extrañan incluso más que yo. Yo todos los días me levanto pensando en cuanto ya no te extraño. Hago mi día con una sonrisa y pienso en las cosas maravillosas que me están esperando a la vuelta de la esquina. Hoy soy feliz. 
Ya no contesto el teléfono pensando que eres tu, ya ni siquiera estas en mis números frecuentes. El chico de la cafetería me coquetea diario, ayer me puso su número en el vaso de chocolate. Creo que le llamaré, la pasaremos fantástico entre risas y una botella de vino. Si, eso es lo que haré. Le contaré de mis viajes, de mis sueños y mis metas; el escuchará atento, enamorándose poco a poco de mi, sin decirlo. O tal ves lo diga en voz alta, le responderé igual y empezaremos a salir. Me presentará a sus padres y yo lo alentaré para que siga la universidad, salga de la cafetería y se consiga un buen trabajo de arquitecto. 
No, creo que mejor no le llamaré. Me suena muy familiar la historia, me parece muy lógico el final, prefiero que me siga sirviendo café, que me sonría en las mañanas y que nada cambie, pues te digo que hoy soy feliz. No veo ninguna razón para cambiar, no veo aún ningún motivo para que la situación se transforme, todo es perfecto, ya no lloro por las noches hasta quedarme dormido. No, eso ya no sucede más. Desde que te fuiste se secaron mis lagrimas. 
No es dolor lo que siento, claro que no. El perro me mueve la cola al llegar, eso me pone contento, me da la bienvenida a casa, a mi casa. Prendo el televisor y lo dejo encendido mientras ando por ahí. Una, dos, tres copas de vino, algo de comer y a la cama. Eso es un día perfecto, tiempo para mi, tiempo para mi perro, vino y coquetería en el mostrador de la cafetería. 
Ahora el silencio llega muy temprano a mi casa, no tengo que esperar a que nadie duerma. Hay paz y tranquilidad a lo largo del día, nadie molesta, nada suena, solo el televisor con las noticias y variedad. Pero hasta eso puedo apagar cuando yo quiera, estoy en absoluto control y todo se hace de acuerdo a lo que yo digo. Es perfecto. Creo que mañana iré al teatro de la ciudad, podré por fin ver esa obra cómica que tanto me llamaba la atención y nunca pude ver. Eso del drama y la protesta política nunca me llamó la atención, que bueno que nunca tendré que volver a ese pequeño teatro alternativo del centro. 
Me encontré con Ana el otro día, me pregunto que como estaba. Por supuesto que le conteste rápidamente que muy bien. Le conté todo lo que estaba haciendo, le dije sobre el chico de la cafetería y sobre la tranquilidad en casa y el silencio que disfrutaba tanto. Extraño, ella me abrazó muy fuerte y me dijo que me llamaría pronto, que quería pasar tiempo conmigo. No se a que vino todo eso, ella y yo nunca fuimos precisamente amigos. 
Estoy muy bien, estoy feliz. Nada me pasa, la vida es buena conmigo. Aún así no puedo dejar de pensar en que te llevaste la cafetera. En que te sobra una taza y en que no quiero nunca que te deje de sobrar. Que te sobre siempre o no te sobre nunca al acordarte que no se preparar café, que te extraño más que los gorriones y que el televisor nunca me habla de vuelta. Que nunca será mi casa pues la quiero nuestra, que mentí todo este tiempo al decir que ya no pensaba en ti. 

martes, 8 de mayo de 2012

Tropiezos 2

-¡Qué noche más larga!- pensaba Mateo para si. En unos días empezaba la temporada de evaluaciones finales en el colegio y fingir estudiar lo tenía exhausto. Nunca había tenido necesidad de prepararse para una prueba, pero cada vez que los exámenes se aproximaban lo hacía diligentemente para disimular un poco con sus compañeros de clase. Mateo siempre fue un bicho raro, en lugar de juguetes tenía libros, en lugar de jugar fútbol le gustaba echarse sobre la arena de la costanera a contemplar el vaivén de las olas. Caminaba todos los días por el parque Folleros, justo el punto exacto entre casa y el colegio. Disfrutaba el sonido de los abedules mientras se mecían al ritmo de la brisa de la tarde.
La víspera había pasado sin contratiempos, todavía faltaban tres días para su primera evaluación y se sentía muy bien preparado, tranquilo; la literatura universal nunca se le había dificultado en exceso. Esa tarde, Sofía e Isabel le pidieron ayuda, el, aunque sabía que lo usaban un poco, accedía. Ayudarlas le permitía tenerlas contentas y sacarles una risotada en clase de vez en cuando. Mantenía las cosas tranquilas y a ratos podían hacerlo olvidar que era un bicho raro, extrañas amigas, pero amigas a final de cuentas. 
Como en cada noche de estudio ellas lo despedían temprano, no sin antes sonsacarlo un poco para salir a bailar. Mateo, nunca aceptaba, el ruido y la gente lo ponían de nervios. Prefería quedarse en casa leyendo algo de los clásicos; escuchando sinfonías retorcidas con el volumen a tope, tomando algo de vino, de ese robado de la cava de su padre. A pesar de su aparente anormalidad era bastante feliz, estaba agusto consigo mismo, disfrutaba de su locura y extravagancia. Mateo era un chico apuesto, con ojos verdes agua sucia y una sonrisa boba que mataba al instante. 
Esa noche estaba disfrutando particularmente su caminata nocturna entre los árboles, fuera de unos locos aglomerados afuera de un club a la distancia, el parque era todo para el. Le gustaba imaginar las escenas de su vida en su cabeza, podía verse caminando a solas con su bufanda de cuadros al cuello y sus gafas redondas entre abedules y corrientes de aire; eran sus propias fantasías literarias, dignas de una cubierta de piel y hojas con borde dorado.
Caminó un poco más, pasando de largo la roída efigie de algún militar, cagado día a día por gorriones que parecían juzgar su oscuro pasado a base de excremento, castigándolo con mierda para la posteridad. Sonrió un poco, recordando aventuras pasadas, aquellas tantas que nadie conocía de su vida, aquellas que guardaba celosamente para si. Pensó en su primer beso, ese primer beso que le robaron a escondidas detrás de las gradas del campo de juegos; pensó en sus caminatas nocturnas por la playa.
Mateo venía ensimismado en sus pensamientos, no vio de donde ni como, pero de pronto se encontró, casi por instinto, con un movimiento rápido, sosteniendo a un desconocido entre sus brazos. El chico tenía el rostro desfigurado, como si viniera de una pelea. Mateo reaccionó sin reparos cuando el desconocido se le vino encima; lo aventó violentamente contra una de las rejas del parque. El chico se quedó frío, con una mirada incrédula, una mirada de aquel que se cree dueño del mundo y de repente lo ve resquebrajandose. 
Durante un instante eterno se miraron uno al otro, ninguno con una idea clara sobre que hacer. Mateo se recompuso rápidamente y echo a andar por el parque, rumbo a casa, añorando su vino y su música. Trato pretender un estado de tranquilidad que sudaba falsedad. Julián estaba perplejo, nunca antes alguien lo había tratado de esa manera. Sus encantos, su agresividad divina-¿qué demonios estaba pasando?-. Inseguro de su siguiente acción se quedó inmóvil observando al chico de las gafas redondas alejarse apresurado, a pesar del incidente el lo veía tranquilo. 
Julián se quedó pensando, tirado en el suelo, sin escuchar abedules. Su mundo entero había cambiado en unas pocas horas. Paso de la inseguridad al miedo, del deseo a la violencia, de lo agresivo a lo tierno. Su pecho palpitaba fuerte y su cabeza no sabía por donde empezar a descifrar la rápida sucesión de eventos. Solo hace un rato estaba cruzando la pista con el popote doblado y la mirada altiva, ahora estaba adolorido, tirado en el piso, con la camisa rota y la cara hinchada. Toda la escena le parecía un torbellino extraño, sin pies ni cabeza, acentuada por su brevísima interacción con un desconocido de ojos verdes y bufanda a cuadros. Unos ojos verdes que desde ese momento tenía que volver a ver.

sábado, 5 de mayo de 2012

Tropiezos Primera Parte

Hace mucho que quiero reescribir está historia; la primera parte la publiqué el 2 de mayo de 2009, me quedó todavía mucho por decir, detalles que no estaban perfectos. Hoy de nuevo les comparto Tropiezos Primera Parte:
Era un sábado como cualquier otro, la noche llego mientras el hastío del día se perdía en la oscuridad. Julián no tenía ningún plan, ningún cumpleaños, nada. Era una noche más, de esas que sales solo por no quedarte encerrado en casa con tus padres mirando pelis viejas en la televisión. Salió de casa sin rumbo fijo, caminando, sintió un vacío en su pantalón y se dio cuenta que no traía cigarrillos; impensable llegar al show sin su utilería preferida. El detestaba su sabor, su olor, la sensación de ahogarse cuando se pasaba el humo a los pulmones, odiaba todo de ellos, todo, menos el look que le daba fumarse un pucho frente a su público, todas las noches en punto de las tres. 
Decidió encaminarse a su lugar de siempre, su arena de combate, el elemento natural para sus encantos y mirada juguetona: el Secreto. Escenario extraño dado que todos ahí sabían perfectamente quien era y a que se dedicaba por las noches, eso sin negar el hecho de que, aún sabiendo sus mañas, todos querían caer en sus brazos. Todas las noches iniciaba un juego de miradas, de sonrisas indiscretas, tratando de conquistar el mayor trofeo de la noche. Se deleitaba observando las miradas de envidia al salir, llevando a casa el premio más preciado. Un premio que seguramente nunca más volvería a ver, pero que había cumplido su propósito de hacer una nueva marca en su cinturón. 
Era un fanático del melodrama, le encantaban las situaciones complicadas, retorcidas, casi enfermas: llevarse a dos gemelas a casa solo con la intención de hacerlas pelear por el, meterse con el chico de alguien para ver que tan rotos quedaban los platos, platos rotos que el nunca pagaba. Nunca se imaginó, que su amado “show” se vendría abajo esa misma noche, nadie con un cinturón tan marcado como el suyo hubiera previsto   que alguien podría derribarlo como un saco de ladrillos con una simple mirada, con un roce accidental. 
Julián caminó por el medio del parque Folleros, pasando a un lado del kiosco. Nunca le gustó mover el auto y menos para una distancia tan corta. La casa de sus padres quedaba al otro lado del parque, que si bien no era tan grande si ameritaba algo de sudor. Caminó entre los abedules, observó como se mecían de lado al otro, formando melodías en el viento, desde lejos todavía podía ver la entrada de el Secreto, aglomerada como siempre, no le importó. 
Tardó en entrar solo un par de segundos, le hizo una mueca inocente al anfitrión y levantaron la cadena solo para el; todo ante las miradas de los chicos más “en onda” de la ciudad. Llegó altanero a la barra como siempre -Hey, guapa, una cuba ¿no?- la guapa lo complacía siempre, cobrándole de vez en cuando con tal de tenerlo contento y agazaparle una sonrisa pícara cada noche. Caminando con su trago en mano, doblando el popote con el dedo anular y el índice afilado atravesó la pista. Sonriendo de par en par por la canción del momento, recordando fechorías pasadas, logrando ese look de campeón que tanto disfrutaba. 
No supo con que se cruzó de golpe, si un escalón o un pie mal intencionado pero, como en cámara lenta, pudo ver su trago volar por el aire mientras el se enfilaba a aterrizar en la mesa de unas chicas que no conocía. El club se paralizó mientras uno de sus “famosos” sucumbía por torpeza; Julián intentó recomponerse, buscando de que agarrarse le rompió el escote a una chica. Ya con el rostro hinchado por el bofetón maniático que le propinaron huyó como perro herido a lamerse las heridas.
-¡Con la puta que lo parió!- gritaba por la calle, frustrado y encolerizado de su vergüenza pública. Dando brincos y gritos atravesó el parque, ya no le importaban los abedules, ni su show, perdió los cigarrillos en el trompicón y su rostro perfecto terminó hinchado y desfigurado por los golpes. Justo mientras pensaba en todo lo que había sucedido tropezó de nuevo, impotente y desgraciado su cuerpo se inclinó del todo hacía delante. Cerró los ojos y se quedó esperando el golpe, uno, dos, tres segundos, nada. Regresó rápidamente de su ausencia y se vio sostenido en el aire, en los brazos de un desconocido. 
No lo pensó mucho, ni siquiera se detuvo lo suficiente para ver los ojos verde agua sucia que lo miraban, o la mochila repleta de libros que lo evidenciaban como un ratón de biblioteca, un tarado. Terminó de abalanzarse sobre el, esta vez no por accidente, fue una acción muy calculada. Su labios quedaron a menos de una pulgada de distancia del desconocido, Julián abandonó la iniciativa y dejo todo en las manos de su víctima. Error. 

jueves, 3 de mayo de 2012

Una vez en la vida.

Una vez vi a un hombre morir todos los días de su vida. 
Una vez me sentí solo. 
Una vez recorrí el mundo de un extremo a otro. 
Una vez me di cuenta que había regresado justo a donde había empezado. 
Una vez te conocí. 
Una vez supe que tu no eras para mi. 
Una vez lloré.
Una vez nos encontramos en la calle. 
Una vez no te reconocí. 
Una vez te olvidé. 
Una vez sonreí por todo un día. 
Una vez entendí que el dolor pasa.
Una vez fui muy feliz.
Una vez recordé.
Una vez tomé el teléfono y te dije que te amaba.
Una vez me equivoque.
Una vez pensé que el miedo era más fuerte que yo.
Una vez logré cumplir mis sueños.
Una vez corrí a abrazarte en la estación.
Una vez huí en un avión.
Una vez olvidé el orgullo.
Una vez lo dejé ganar.
Una vez hice que siguieras adelante.
Una vez aplaudí al verte en lo más alto.
Una vez soñé despierto.
Una vez desperté contento.
Una vez recorrí el mundo de un extremo a otro.
Una vez descubrí que no puedes volver a donde habías comenzado.
Una vez supe que no había vuelta atrás.
Una vez supe que uno podía morir todos los días de su vida.
Una vez decidí vivir el resto de la mía. 

martes, 17 de abril de 2012

Vinilo y magia

Llegué a esa tiendita desordenada casi por accidente, buscando otra cosa me encontré con ella y sin pensarlo mucho entré. Había tres pasillos, tan largos como el edificio entero, todos atestados de muebles, libros, manteles de encaje, abrigos, cristalería, aparatos amarillentos que en otra época habían sido la vanguardia de la tecnología. Tesoros y pertenencias de otro tiempo, de otras personas, objetos que se habían salvado del basurero o que habían encontrado su camino fuera de el. Todo para terminar en una polvorosa tienda de antigüedades, o una tienda de viejo, el nombre depende del precio que sus residentes puedan alcanzar.

Si bien, tenía claro lo que venía a buscar, no pude evitar curiosear a mis anchas por algunas horas entre sus pasillos y rincones escondidos, siempre con la ilusión de que debajo de un abrigo o dentro de un closet apestoso encontraría un tesoro que cambiaría mi vida por siempre. Tal vez el sable de un pirata o una casaca militar, algún documento importante perdido de la historia o una primera edición de uno de mis libros favoritos. Siempre eh sido un fanático y explorador de lo antiguo, de lo viejo, de lo olvidado por el mundo. Ese mundo que se empeña en seguir adelante sin importar quien o que se vaya quedando atrás.

Ese día estaba buscando discos de vinilo, hacía poco había comprado una tornamesa y apenas contaba con un par de discos nuevos de música contemporánea. La música reciente estaba bien, pero siempre eh tenido la idea de que lo análogo va más con otra época: un danzón veracruzano, bailado en los portales y con marimberos al por mayor; una ópera trágica, que solloce las palabras como queriendo desgarrar el alma del espectador; una sinfonía solemne, con sus cañones, tambores y violines enfatizando la importancia de su razón de ser.

Lamentablemente, en la mayoría de las tiendas que conozco ya no puedas encontrar ese tipo de música con facilidad. Dejando como último recurso las tiendas que rescatan y recuperan esos discos de vinilo en espera de un cliente loco como yo que los busca y atesora como si fueran la novedad. De cierta forma, para mi por lo menos, si son novedad; buscando tirado en el piso entre cajas, armarios y vitrinas encontré música y notas que nunca en mi vida había escuchado: salsa, música clásica, tango, rock. Artistas de los que solo había escuchado hablar a mis abuelos y que nunca hubiera podido reconocer de oído. También me reencontré con viejos conocidos, en un formato que hasta esos días nunca hubiera pensado dominaría. Finalmente, todos esos artistas, bandas y sonidos que simplemente desconocía y que por una cubierta vistosa o una pista de canciones interesante me llamaron a obtenerlos e incluirlos en el soundtrack de mi vida.

La colección va creciendo poco a poco; empezó con un disco de Arcade Fire y después se fue engrosando con Agustín Lara, Pavarotti, La Sonora Matancera, Wagner, Beethoven, Los Pixies, Moncayo, Revueltas, Iron and Wine, Ravel y muchos otros. Todos con un momento y sentimientos propios que transmiten cada vez que el disco se pone a girar. Entiendo, en teoría, perfectamente el funcionamiento de uno de estos aparatos; como la aguja recorre el disco recogiendo las vibraciones producidas por patrones grabados en vinilo, lo entiendo en mi mente, tiene sentido. Por otro lado, mientras observo ese plato negro que da vueltas al infinito sobre el fieltro no puedo dejar de pensar en lo mágico que esa imagen me parece. Música, voces, melodías y belleza, todo eso sale de algo que parece rústico y primitivo cuando lo comparas con mi biblioteca de canciones en la computadora portátil.

Me gusta pensar que la música encierra todavía mucha magia, que entre los diminutos canales grabados de un LP hay algo inexplicable y fantástico. Me gusta pensar que cada vez que pongo la aguja sobre uno de mis discos viejos les doy una segunda de cumplir el propósito para el que fueron creados, de vivir una vez más cuando se pensaron olvidados en un viejo estante y que nunca volverían a girar.

domingo, 15 de abril de 2012

Jardín de rosas

Tengo muchos recuerdos felices de mis vidas en el extranjero. Les digo vidas pues estos días me parece realidades que ya están muy lejos, difuminadas por la nostalgia, presentes en otro tiempo y lugar. Parte de un yo que ya no existe, reflejos de algo que se ha transformado en otra cosa. De todos esos recuerdos felices existe uno en particular que logra sacarme una sonrisa sin importar el momento en que aparece en mi mente: mi jardín de rosas. No siempre fue mío, de hecho tardamos algunos meses en decidir que ocuparía un lugar prominente en mi vida. Lo descubrí a finales de invierno, escondido detrás de una iglesia pequeña de ladrillo rojo, ahí estaba, oculto, tímidamente rodeado por su reja negra.

Un pequeño jardín de rosas, no lo sabía entonces pues durante el frío invierno irlandés solo veía algo de verde y ramas desnudas esperando algo más de sol, algo más de calor. Al principio solo sirvió como un atajo camino a la estación de trenes, una manera de cortar algo de tráfico y llegar a cubierto antes de que se enfriara mi chocolate. Conforme pasaron los meses fui notando como mi el jardín se transformaba, siempre caminaba por ahí muy temprano por lo que generalmente nuestros encuentros fueron a solas, poco a poco los colores cambiaban: el verde y el marrón dieron lugar a tonos vivos, rosado, rojo, blanco. Los celosos rosales por fin perdieron la pena y de un día a otro me sorprendieron con colores que yo solo recordaba en las jacarandas de la Ciudad de México o las de mi madre en su casa de Veracruz.

Conforme el número de visitas al jardín incrementaba también lo hacía el tiempo que dedicaba a deambular entre sus rosales. Una caminata rápida ya no era suficiente para sentirme entero y feliz por el resto del día. Necesitaba dedicarle el tiempo necesario, descubrir sus colores, sus aromas, necesitaba tomar algo de su vida y plasmarla en la mía. Al final me pude traer algo de vuelta conmigo, nada físico, tangible, nada que pudiera haber metido entre las páginas de un diario o en un bolso. El recuerdo de mi jardín de rosas siempre me lleva de vuelta a un tiempo algo más simple, transitorio, expectante del resto de mi vida. Una bella pausa antes del acto principal que ahora está por comenzar.

Ya pasaron varios años desde mi última visita al jardín, hace mucho que no tengo que caminar al tren, hace mucho que me despido de alguien en el umbral de su puerta por la mañana para comenzar mi día. Hace mucho, de hecho que no veo rosas, otras que no sean las del centro comercial o puestos callejeros, ya de camino al basurero. Entre el silencio de las flores y el reconfortante frío matutino encontré algo que me hacía sentir más en paz de lo que jamás me había sentido. Tan simple y complejo, tan bello, tan lleno de vida y cambiante, insertado en un entorno adverso florecía y demostraba sin tapujos su belleza.

Debo admitir que extraño mi jardín de cosas. No eh sabido llevar a diario lo que encontré en esos meses. La pereza y el miedo me fueron llevando de vuelta a perderme entre lo que debería hacer, lo que el mundo esperaba de mi. La verdad es que yo se bien que el mundo no espera nada de mi. Muera o viva este planeta y todos sus tripulantes pueden perfectamente seguir su vida. Al final del día somos insignificantes y nada indispensables. Las únicas exigencias para mi vida vienen de mi mismo; de mis metas, sueños y ganas de perseguir todas esas cosas que me hacen feliz.

Somos unos animales extraños los seres humanos, curiosos. Construimos y creamos; siempre cada vez más grande, cada vez mejor, entre más difícil y rebuscado mejor. Aún así somos capaces de maravillarnos de las cosas más sencillas, más simples, más naturales. Somos como niños que creen haberlo entendido todo solo para darse cuenta que realmente nunca entendimos nada. Perdidos en la oscuridad, ignorando nuestra luz interior, dependiendo de fantasías artificiales, soñando con algún día poder por fin quitarse el velo y darnos cuenta lo brillante que es realmente el sol.

lunes, 2 de abril de 2012

El último vagón

Para Nina,


Emilio abrió los ojos de repente, se sentía aturdido y la cabeza le daba vueltas. Sintió la garganta seca y todo su cuerpo entumecido, como si no hubiera movido un músculo en mucho tiempo. Pasó el siguiente minuto tratando de incorporarse pero sus brazos y piernas no tenían la mínima intención de hacerle caso. Después de muchos intentos logró sentarse, todo a su alrededor le hacía pensar en un hospital; había cables y aparatos distribuidos por toda la habitación pero todos estaban apagados, como esperando una emergencia que nunca llegaba. Aparte de la evidente extrañeza de su situación la habitación le parecía familiar, emulando a la suya propia con carteles y libros en los estantes, sin embargo todo le parecía nuevo, diferente, como nada que hubiera visto antes. Podía distinguir cualidades pero las formas y maneras de los objetos se habían transformado.

Respiraba tranquilo, tratando de no asustarse, no entendía nada, no podía recordar algo que le diera una pista del lugar y las razones por las que el estaba ahí. Su último recuerdo era haber tomado el tren número 23 de la ruta costera camino a casa. Recordaba el número por que en el último vagón siempre lo escribían con grandes letras amarillas, a el le gustaba el último vagón, tenías que caminar un poco para llegar al final del tren y la mayoría de la gente lo evitaba. El disfrutaba de su aparente soledad mientras observaba a las gaviotas sobrevolando pequeños barcos pesqueros cerca de la costa.

Buscó su teléfono móvil pero no pudo hallarlo por ningún lado. Su cabeza estaba vuelta loca y todas las ideas que le venían a la mente terminaban en una tragedia, pocas razones podrían explicar lo que le estaba pasando. Emilio se sentía bien, le costaba trabajo moverse pero se sentía entero. Después de muchas dificultades logró arrastrarse hasta lo que el supuso era el baño. No tenía ninguna idea de lo que estaba buscando pero tuvo un presentimiento de que la respuesta lo esperaba ahí.

Como toda la habitación el baño también estaba a oscuras, se paró frente al lavabo y encontró el interruptor con su mano derecha. Se escucho un grito ahogado a lo largo de todo el pasillo del piso seis; tocando su rostro Emilio trataba desesperadamente de entender al mismo tiempo que un pequeño escuadrón de enfermeras entraba a la habitación. Sorprendidas de verle de pie trataron de calmarlo; a pesar de la previa dificultad para moverse Emilio se zafo como pudo de las enfermeras de casacas naranjas brillante y se arrinconó en una de las esquinas de la regadera. Respiraba pesadamente con la cara desfigurada por el miedo.

Las enfermeras parecieron entender y se alejaron un poco, una de ellas tomó la iniciativa y se presentó, dijo que se llamaba Julieta y que era su enfermera, que Emilio había tenido un accidente y había estado en coma. Sus ojos se abrieron tanto que parecía que se saldrían de sus órbitas en cualquier momento. Tenía muchas preguntas pero no quería hacer ninguna de ellas, tenía demasiado miedo de las respuestas, sacudía su cabeza en señal de negativa mientras relajaba un poco su cuerpo, poco a poco perdía fuerzas y se encontró en el piso de nuevo. No se lo tuvieron que decir, el coma en el que vivió hasta ese día había sido mucho más largo de lo que cualquiera hubiera querido.

Dos décadas y un lustro habían pasado desde que Emilio tropezó con el último escalón bajando del tren número 23 en el tren de la ruta costera camino a su fiesta sorpresa de cumpleaños. El nunca se esperó una fiesta sorpresa, su familia y amigos nunca habían sido de ese tipo de gente; espontáneos, divertidos, con ganas de salir de la rutina. Nunca supo lo mucho que a ellos les importaba. Hoy tampoco habría fiesta, no porque el invitado no llegó sino porque este año nadie tenía ganas de celebrar. Si bien en su mente Emilio aún era joven su cuerpo cumplía hoy cincuenta años. Estaba bien alimentado pero notablemente envejecido, su juvenil rostro había quedado atrás muchos años antes, su pelo negro ahora estaba invadido por canas incipientes, solo sus ojos tenían aún el brillo que el recordaba, solo así podía asegurar que era, en efecto, la misma persona. Su mirada altiva y las ganas de comerse al mundo seguían ahí. Le dieron ganas de vomitar, las lágrimas salían a borbotones, como si sus ojos nunca hubieran llorado y veinticinco años de llanto acumulado luchara por salir lo antes posible.

No sabía que estaba teniendo un ataque de pánico, nunca había tenido uno. Pero la ansiedad le provoco salir corriendo y huir de aquel extraño lugar con olor a desinfectante; su cuerpo no reaccionó. Salir implicaba aceptarlo todo, el coma, ser viejo, todo. Por lo menos si permanecía ahí el tendría algún control sobre lo que pasaba. Se acercó a la ventana, tratando de observar un mundo que ya no era el suyo, un mundo que lo había dejado atrás y del que ahora tendría que formar parte. Por un instante trato de olvidar todo, se acomodó en cuclillas sobre un largo sillón verde, cerró los ojos y trato de eliminar a la fuerza todos los pensamientos en su cabeza: su familia, sus amigos, su vida entera desperdiciada inconsciente en una cama de hospital, nada le importaba, su más ardiente deseo era que todo terminara, ahí, en ese instante, apretó los dientes y anhelo estar de vuelta en casa, de vuelta en el tren número 23 de la ruta de la costa camino a casa. Deseó no haber perdido todos esos años y de golpe todos sus recuerdos lo golpearon hasta dejarlo sin aire: sus padres, su hermano y sus amigos, pensó en sus planes, recordó a todas las personas que quiso y a las que podría haber conocido, pensó en su perro, anhelo las posibilidades de lo que hubiera podido hacer de haber tenido la oportunidad. Su cuerpo se retorció con fuera, no podía respirar, no podía abrir los ojos de nuevo, en lugar de la media luz de la habitación de hospital sus ojos se cegaron con los colores enteros del sol que atravesaba sus pupilas. Abrió los ojos y reconoció inmediatamente la bahía del Conde Andrés. Emilio recorrió el último vagón del tren número 23 con la mirada, no había nadie en el, las puertas estaban abiertas y el anuncio de última parada sonaba en el altavoz.

Sudaba frío y tardó unos segundos en incorporarse, ésta vez no le costó trabajo levantarse de su asiento, bajó con mucho cuidado los escalones del tren, particularmente el último. Salió de la estación rumbo a casa, no lo sabía pero su fiesta lo seguía esperando, su cuerpo todavía cumplía veinticinco años, su mente en cambio se sentía mucho, mucho más vieja.

miércoles, 7 de marzo de 2012

El amor y yo

Me encontré de pronto una lista. Estaba entre mis notas, perdida entre los apuntes de un largo viaje. No fue difícil recordar el momento en que la escribí, estaba en casa de mis padres, sentado en una cama, escuchando el murmullo del aire acondicionado mientras trataba de definir el rumbo para ese año. Era uno de los primeros días de enero, el año aún era muy joven y las posibilidades infinitas. Recorrí la lista con la mirada, era una lista de temas; cuentos que quería escribir, ensayos que investigar, columnas que publicar. Nada de eso estaba escrito y algunas cosas nunca lo fueron. Recuerdo que lo primero que cumplí de esa lista era un pequeño cuento sobre mi padrino, escribí de como me enseño a decir groserías de pequeño y de la escopeta de principios del siglo pasado que me heredó.

Escribí también de mis padres, de mi hermano, escribí de la escuela y mis noches de marcha por Madrid. De esa lista quedaron pocos pendientes, quedó uno en particular que todavía me resuena en la cabeza. En esa lista me prometí a mi mismo que escribiría sobre el amor sin tener el corazón roto. ¿Qué sabía yo entonces del amor? ¿qué se hoy de el?. Conozco muy bien el dolor, el sufrimiento y la infatuación, ¿pero el amor? el aún se me escapa. Si bien es cierto que he sido amado por muchos y en cantidad, el amor y yo nunca hemos sido formalmente presentados. Somos de esos conocidos de lejos que sabemos nuestros nombres pero que nos pasamos de largo por la calle. El amor y yo no somos amigos íntimos, no nos hablamos de tu y mucho menos salimos de la mano a caminar por el parque.

El amor y yo somos extraños, el no sabe nada de mi, y por lo que parece, yo no se nada de el. Para ser sincero, no se bien si el amor me cae bien o mal. Me parece uno de esos seres extraños, que actúa irracionalmente y no paga sus deudas. Tiene una cara de niño algo perturbadora y su manía de llegar en los momentos más inoportunos me parece más bien algo maniática. Un tipo raro el.

Recuerdo la última vez que lo vi, deambulando borracho por los rincones de un bar en Veracruz. Trastabillaba, su mirada estaba perdida y parecía que se había drogado. La idea de ver al amor en ese estado me revolvió el estomago. Como siempre, nos saludamos de lejos, asintiendo ligeramente con la cabeza, no volveríamos a cruzar palabra en toda la noche.

Todavía nadie nos ha presentado formalmente, todavía nos cruzamos asintiendo con la cabeza, como si supiéramos, que toda esta dinámica de vernos a lo lejos nos va a llevar a ese inevitable momento en que no podamos evadirnos más. El amor y yo estamos destinados a conocernos, parece que el lo sabe y creo que yo también lo sé. Creo que hasta hoy, ninguno de los dos estamos listos. Faltan lecciones y noches de marcha, cigarrillos por encender y tragos por compartir. Todavía no se nada del amor, el, seguramente no sabe nada mi, pero he de admitir que soy muy curioso al respecto. ¿Qué mueve al amor?¿qué lo hace ser quien es y hacer lo que hace?¿que es lo que le permite construir y destruir a su antojo?. Estás son las preguntas que quiero hacerle, quiero conocerlo, analizarlo y dejarme llevar por su mundo irracional.

Quiero dejar de ser un extraño. Quiero saludarlo de frente y por su nombre, toparnos por la calle y hacer un barullo, como dos viejos amigos que se reencuentran después de años. Me pregunto si el amor piensa lo mismo de mi, con lo poco que lo conozco me cuesta trabajo imaginarme que pasa por su cabeza. Supongo que el no lo piensa, seguro se deja llevar y si el flujo lo lleva a mi lo tomará de la mejor manera.

Por ahora, seguiré asintiendo con la cabeza y saludando de lejos, expectante del día en que por fin alguien nos presenté y las distancias se hagan cortas. Seguro también, de que sin conocerlo se lo voy a presentar a alguien más, alguien que lo saluda de lejos y que solo sabe su nombre.

lunes, 5 de marzo de 2012

Te olvidé a ti, me olvidé a mi

Hoy leí tu historia en voz alta. Tenía toda la intención y al mismo tiempo fue por accidente. No desperté esta mañana pensando en ti, ni me pareció un día particularmente especial. No sentí nostalgia ni una lagrima se me escurrió por la mejilla. Solamente la leí, enfrente de un grupo de extraños, entonando correctamente las palabras, pausando cuando era debido, leí desde el principio hasta el final.

No es una historia particularmente grandiosa la tuya, es como la de cualquier chico que deambula por la vida tratando de encontrar su camino, tienes un buen corazón pero nunca has salvado a un grupo de veteranos de un camión en llamas. Lo mejor que hiciste la última semana que te vi fue ayudar a la anciana Torres a recoger sus abarrotes de la tienda, al final fue toda una proeza, la señora Torres no tiene quien la ayude y arrastrar la pesada bolsa desde mercado de vuelta a casa la somete a un castigo innecesario una vez a la semana. Para ella ese día fuiste un héroe, lo mismo que hubieras sido para su hija que murió en un accidente el año pasado si la hubieras detenido antes de cruzar la calle.

Nunca ganaste un premio por excelencia en la escuela ni te ganaste una beca para estudiar la universidad. Tu mayor logro académico fue haber deletreado bien “Extralimitación” en un concurso de la escuela, ese fue tu momento estelar, nunca tendrías otro más. Tus maestros nunca te consideraron el más listo de la clase o una joven promesa. La vida te trataba como a uno más, sin aspavientos ni honores merecidos.

A pesar de nunca haber sobresalido todos los que te conocieron te recuerdan claramente: tus facciones, tu carácter, tu sonrisa. Siempre contaste los peores chistes pero lograbas hacer sonreír a tu audiencia cada vez. Nunca lo entendí, eras uno más del resto y aún así lograste destacar en mis recuerdos.

El día que leí tu historia en voz alta lo hice para salir de un apuro, habría de leer una historia en un grupo y no tenía idea de que hacer. Sin pensarlo mucho empecé a hablar sobre ti tan pronto llegó mi turno. Pensé que sería fácil, que el aparente color gris del recuerdo me sacaría del embrollo sin mayor problema ni victoria. Comencé a recordarte mientras te describía, recordé todas nuestras historias juntos y todas esas sonrisas con las que me recibías cada mañana en tu pequeñita habitación del barrio 13. En esos días caminábamos juntos de casa al trabajo, yo me desviaba un poco de la avenida principal y entraba a tu barrio para irnos juntos, caminar acompañado era por mucho lo que más extrañaba.

Una cosa diré de ti, si bien nunca fue posible hablar de un libro o discutir la coyuntura económica del país eras bello, por bello no solo quiero decir físicamente, sería una injusticia para ti y el mundo, eras bello tanto por dentro como por fuera, un ser humano en toda la extensión de la palabra. Eras feliz con tu trabajo mediocre porque te permitía el tiempo suficiente para liberarte temprano y ayudar a quien pudieras por la ciudad, a pasar todas las noches conmigo, a observar el parque desde tu balcón e imaginarte volando entre los árboles.

Pasaron dieciocho años ya, hoy no camino al trabajo. Las prisas de cumplir con todo y todos me traen acelerando el auto por las mañanas. Todos los días discuto la coyuntura económica y leo un poco. Hace mucho que no camino por el parque. Las palomas ya no hacen nido en mi balcón porque ya no estas tu para alimentarlas ni hacerles una cubierta que las proteja de las tormentas del verano. Hoy solo estoy yo.

Mientras leía tu historia en voz alta, ante ese grupo de extraños recordé lo feliz que fui contigo. Lo sentí tan vívido que en algún momento olvidé por completo que estabas muerto. Olvidé que hace tiempo había cerrado mi vida a la gente y que caminar por las mañanas hacia el trabajo me hacía inmensamente feliz. Te olvidé a ti, no por no amarte más, sino porque me dolía mucho aceptar que la fatalidad hubiera llegado tan pronto a mi vida. Me había preparado en mi cabeza para perderte viejo, después de haber hecho todo lo que nos proponíamos, cansados, en paz. Nunca vislumbré la posibilidad de que te fueras en tu mejor momento, en mi mejor momento.

El grupo de extraños me observaba fijamente, tu historia no era larga, más bien corta. La escribí un día después de tu accidente, para leerla en tu funeral. Se quedó guardada en un correo electrónico que hasta hoy encontré entre prisas. Nunca llegué a tu funeral, nunca volví por tus cosas al departamento del barrio 13, nunca volví a poner un pie en tu parque ni a visitarte en el cementerio. Para ser sincero ni siquiera sé en donde está tu tumba. Te borré de mi memoria, te borré de mi vida, huí de todo lo que me hacía feliz pues nunca volvería a ser igual.

Al terminar de leer tu historia, tan estoico como siempre, me senté y el ejercicio continuo después de una incómoda pausa. Mis ojos y mejillas estaban secos, mi corazón en cambio se sentía vivo, latiendo de nuevo después de años de permanecer roto. recordé que a pesar del tiempo nunca te olvidé del todo, recordé que la señora Torres no tuvo que cargar más nunca su bolsa del mercado, aún cuando tu ya no estabas.

sábado, 11 de febrero de 2012

Una de esas noches

Me levanté de repente, helado y sin saber donde estaba. Me tomo un segundo incorporarme, recorrer el lugar con la mirada y darme cuenta que estaba en la habitación de los padres de Ezequiel, en un último intento de ser prudente me había escapado de la fiesta cuando la cabeza me daba demasiadas vueltas, cuando sentí que la lengua se me arrastraba tanto que tenía que repetir un par de veces todo lo que decía para darme a entender de alguna manera. Fue otra de esas noches, se me paso el whisky y contra toda mi voluntad inicial terminé borracho y haciendo el ridículo. Por lo menos eso creo, al final, recuerdo poco de la última parte de la noche, solo que discutíamos de política y que había empezado a ponerme necio.

Me paré rápido de la cama y me puse las botas, entre mi cruda moral y mi sentimiento de abandono, por despertar en otra cama, no quería pasar un minuto más en ese departamento. Salí en silencio, sin ganas de despertar al resto de la fiesta que dormía en comuna hippie por el piso de la sala, el lugar era un asco. Camine de prisa, sin mirar a nadie a los ojos por la calle, suficiente tenía con mis pensamientos difusos como para tener que lidiar con todos los que ya estaban despiertos y con el día a medio gastar. ¿Que carajo estaba haciendo yo ahí?, la verdad es que ni siquiera me caían tan bien, no puedo evitar recordarlos con desdén y menos ahora con la cabeza a punto de explotar y el cuerpo hecho pedazos.

Subir la colina camino a casa me pareció una hazaña, la verdad creo que el whisky todavía no había dejado del todo mi sistema, me sentía fatal. Estaba justo en ese momento en que ya no estas borracho pero todavía no estas crudo, ese maldito limbo alcohólico en el que puedes reconectar si alcanzas a tomar un trago preventivo. Pensé en una cerveza y me dieron nauseas, una cuba hubiera tenido el mismo efecto, mi cuerpo reclamaba y yo tenía toda la intención de rendirme por el resto del día.

Maldita mi suerte alcance a decir en voz baja al acercarme a casa. Un jodido camión de bomberos estaba afuera de mi edificio, los vecinos histéricos en la banqueta y mi departamento prendido como raver en tachas. Asumí que entrar en pánico no serviría de nada, así que saqué un cigarrillo y me limité a observar el movimiento frenético de los bomberos tratando de apagar el fuego. Escuché que alguien gritaba desde una de las ventanas, supongo que era mi cuñada, mi hermano trabajaba los sábados por la mañana así que ella era la única que podría estar en casa, ella y su maldita chihuahua Rosy.

Odiaba a esa perra, debo admitir que la idea de imaginarmela achicharrada me divirtió un poco, karma is a bitch. Tu te comiste mi chamarra de cuero y ahora te estabas quemando viva. Por un momento me hubiera gustado que en lugar de ser una chihuahua fuera una perra salchicha, el informe de víctimas de los bomberos hubiera sido fantástico, una salchicha rostizada. Ojalá se muera.

Pensándolo bien la chamarra de cuero ya no importaba tanto, de todas maneras la hubiera perdido en el incendio, a menos claro que ese día la tuviera puesta, en ese caso si, que se muera. Uno de mis vecinos me reconoció y empezó a caminar hacia mi. Analice por un momento las perspectivas para el resto del día: hipotéticamente debería de llamar a mi hermano, decirle lo que estaba pasando y hacerme cargo del asunto, habría de decirle también que su vida, como el la conocía, ya no era más, que no se iba a casar con Tere el próximo mes y que nunca más una perra se iba a cagar en su closet, apagué mi celular.

Me di la vuelta y cruce la calle. Pude ver a el entrometido de mi vecino tratando de alcanzarme, pero un bombero le cortó el paso con una manguera, al parecer el incendio se estaba saliendo de control. Llegué al bar de la esquina, el lugar estaba vacío, todo el barrio estaba de pie en la banqueta observando embrutecidos el incendio. Pedí un whisky y me senté en una orilla, iba a ser otra de esas noches.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Ojos abiertos y manos ocupadas

Desempleado, soltero, endeudado, perdido, con el ego lastimado, el coche chocado y una gripa incipiente producto de unos días de enfriamiento involuntario. Así podríamos definir mi última temporada, si, así podríamos, pero no. Todavía no me trago el cuento de que la estoy pasando mal, de que es una pequeña crisis per se; al contrario, trato de mantenerme ocupado, de observar más ahora que puedo, de pensar en mi futuro, de reflexionar en mi pasado. Instintivamente, cuando me siento perdido, trato de ver los pasos que he tomado hasta hoy, las decisiones que han marcado mi vida y me han llevado por el camino en el que ando.

Puedo ver claramente puntos de inflexión, generalmente relacionados con lugares específicos: Coatzacoalcos, Monterrey, Buenos Aires, Belfast, Ciudad de México. De alguna forma elegí estos escenarios para transformar mi vida, entiendo que el reflejo de un nuevo contexto ayuda a encontrar rasgos, virtudes y vicios en uno mismo. Actúan como catalizadores de cambios que se tendrían que dar de todas maneras, si bien, en otras circunstancias. En mi caso, cada uno de estos viajes ha servido para darme cuenta de las cosas que estaba haciendo, las que había hecho y las que quería hacer. Una suerte de hoja de ruta involuntaria que se me presenta en la vorágine de los cambios.

Hoy vivo una nueva circunstancia, el cambio que estoy buscando difícilmente llegará con un nuevo contexto, su misma naturaleza lo enmarca en mi todo y al mismo tiempo en la nada. Desde que tengo memoria me encuentro buscando un rumbo, probando todo a mi disposición tratando de encontrar esas actividades apasionantes, esos intereses únicos, esos placeres personalísimos que pueden llenar la vida; durante esa búsqueda también encontré mis demonios, a veces disfrazados de placeres, de actitudes lascivas, encontré también mis vicios, encontré a los límites de mis valores, de mis virtudes, supe hasta donde podía llegar y en muchos casos de lo que yo realmente era capaz. Pude ver en el rostro de los demás el miedo a mi lado más obscuro, me reconocí como imperfecto y miembro inequívoco del género humano.

Al final, no pude sino darme cuenta que ambos lados de la moneda son necesarios, yo los controlo y nadie más puede llevarme por caminos que yo no elija. Tenemos las herramientas para defendernos y actuar cuando es necesario, pero también la enorme capacidad de tener compasión y amarnos a nosotros mismos y los demás. Somos unos animalitos muy especiales, víctimas tanto de nuestro instinto como de la evolución que nos permite razonar y crear; transformar y destruir a placer nuestro entorno, crear y construir, cada vez más alto, cada vez más grande, cada vez mejor.

Mi disyuntiva hoy no es solo obtener las cosas que siempre quise, ahora me replanteo esos mismos deseos en contraste con mis necesidades. Trato de discernir entre las cosas que a mi me hacen feliz y las cosas que pensé lo hacían, cosas que la vida me había enseñado a valorar sobre aquellas que realmente me importan. Ya tengo una idea más clara de las cosas que quiero hacer y tener, constantemente me encuentro resolviendo como lograrlas y conseguirlas. Cada vez me siento más cerca de esa meta amorfa que todavía no termino de entender, pero que empieza a verse más nítida al horizonte.

Todavía tengo miedo del futuro, aunque debo de admitir que ese miedo se mezcla progresivamente con una emoción imposible de esconder. Lo que viene me excita, me llena la cabeza de sueños, me pone a volar. No puedo evitar pensar en hasta donde puedo llegar, ¿cual será realmente mi límite?¿qué tanto puedo sacrificar para lograrlo?. Mi espíritu aventurero me sobrecoge, me recuerda constantemente que yo no nací para estar detenido aunque muchas veces me encuentre en esa misma situación.

Tengo un presentimiento de que grandes cosas están por suceder, producto en su mayoría de esfuerzo, acciones y decisiones que ya están o están a punto de tomarse. La idea es mantener los ojos abiertos para oportunidades y tener la capacidad de respuesta adecuada. Y así, paso por la vida con la mirada activa y las manos ocupadas.