sábado, 25 de agosto de 2012

La Cafetera

¿Me pregunto si me extrañas?¿Todavía piensas en mi cuando preparas el café?¿Te sobra una taza todas las mañanas?. Yo cada vez pienso menos en ti. A ratos te apareces en mi cabeza: cuando subo al vagón del metro, cuando voy a la cafetería frente a casa. Que raro es cuando deja de ser nuestra casa, para ser solo mi casa. Cuando puedes arrancarle ese sentimiento de propiedad a un lugar solo con sacar unas cajas y alejarte.
¿Tienes un nuevo hogar ya?¿Le dices mío a un nuevo piso?¿Tiene flores y gorriones en el balcón?. Todavía me despiertan todas las mañanas, los gorriones digo, aunque se ven algo decepcionados que sea solo yo quien les abre la ventana para posarse en la maceta a retozar. Creo que te extrañan, te extrañan incluso más que yo. Yo todos los días me levanto pensando en cuanto ya no te extraño. Hago mi día con una sonrisa y pienso en las cosas maravillosas que me están esperando a la vuelta de la esquina. Hoy soy feliz. 
Ya no contesto el teléfono pensando que eres tu, ya ni siquiera estas en mis números frecuentes. El chico de la cafetería me coquetea diario, ayer me puso su número en el vaso de chocolate. Creo que le llamaré, la pasaremos fantástico entre risas y una botella de vino. Si, eso es lo que haré. Le contaré de mis viajes, de mis sueños y mis metas; el escuchará atento, enamorándose poco a poco de mi, sin decirlo. O tal ves lo diga en voz alta, le responderé igual y empezaremos a salir. Me presentará a sus padres y yo lo alentaré para que siga la universidad, salga de la cafetería y se consiga un buen trabajo de arquitecto. 
No, creo que mejor no le llamaré. Me suena muy familiar la historia, me parece muy lógico el final, prefiero que me siga sirviendo café, que me sonría en las mañanas y que nada cambie, pues te digo que hoy soy feliz. No veo ninguna razón para cambiar, no veo aún ningún motivo para que la situación se transforme, todo es perfecto, ya no lloro por las noches hasta quedarme dormido. No, eso ya no sucede más. Desde que te fuiste se secaron mis lagrimas. 
No es dolor lo que siento, claro que no. El perro me mueve la cola al llegar, eso me pone contento, me da la bienvenida a casa, a mi casa. Prendo el televisor y lo dejo encendido mientras ando por ahí. Una, dos, tres copas de vino, algo de comer y a la cama. Eso es un día perfecto, tiempo para mi, tiempo para mi perro, vino y coquetería en el mostrador de la cafetería. 
Ahora el silencio llega muy temprano a mi casa, no tengo que esperar a que nadie duerma. Hay paz y tranquilidad a lo largo del día, nadie molesta, nada suena, solo el televisor con las noticias y variedad. Pero hasta eso puedo apagar cuando yo quiera, estoy en absoluto control y todo se hace de acuerdo a lo que yo digo. Es perfecto. Creo que mañana iré al teatro de la ciudad, podré por fin ver esa obra cómica que tanto me llamaba la atención y nunca pude ver. Eso del drama y la protesta política nunca me llamó la atención, que bueno que nunca tendré que volver a ese pequeño teatro alternativo del centro. 
Me encontré con Ana el otro día, me pregunto que como estaba. Por supuesto que le conteste rápidamente que muy bien. Le conté todo lo que estaba haciendo, le dije sobre el chico de la cafetería y sobre la tranquilidad en casa y el silencio que disfrutaba tanto. Extraño, ella me abrazó muy fuerte y me dijo que me llamaría pronto, que quería pasar tiempo conmigo. No se a que vino todo eso, ella y yo nunca fuimos precisamente amigos. 
Estoy muy bien, estoy feliz. Nada me pasa, la vida es buena conmigo. Aún así no puedo dejar de pensar en que te llevaste la cafetera. En que te sobra una taza y en que no quiero nunca que te deje de sobrar. Que te sobre siempre o no te sobre nunca al acordarte que no se preparar café, que te extraño más que los gorriones y que el televisor nunca me habla de vuelta. Que nunca será mi casa pues la quiero nuestra, que mentí todo este tiempo al decir que ya no pensaba en ti. 

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