martes, 18 de octubre de 2011

Un tango y un frac

Para Paula,

Pasaron veintidós años desde la última vez que porté un frac. En veintidós años ninguna ocasión había ameritado desempolvar ese viejo jirón que me había hecho relumbrar en juventud. Hoy, las ganas de celebrar me habían pasado de largo y la ocasión me tiene desempolvando vestiduras de otra época, justas para recrear un yo que ya no existe, que se perdió ese día en que tu y yo decidimos no ser más, en que tu y yo perdimos ante la vida una amistad que creíamos a prueba de todo.

Al final, la vida fue amable conmigo, conseguí todo lo que buscaba y cumplí todas las metas propuestas. No hay quejas, ni arrepentimientos, solo un vació en una esquina de mi corazón que nunca nadie pudo volver a llenar. Fui amado, admirado, perseguido e indignado; conocí Nápoles, Buenos Aires, Burma y Labrador; probé los vinos e infusiones del mundo entero; recibí las condecoraciones y honores de más de una nación; y sin embargo nunca me sentí igual que en una de esas noches de copas contigo, noches locas y de excesos en que el único límite era la profundidad de la billetera y muchas veces ni siquiera eso.

No había pensado en ti en años, hasta ayer me había olvidado del tango, de las rondas, del coñac. Esta noche recordé que ahí estarías, en señora, en duquesa y en madre. No lo pensé, y accedí sin chistar cuando mi ahijada llegó a casa desde Sevilla con la invitación, era mi pequeña, mi heredera. No lo pensé suficiente como para darme cuenta que ahí estarías tu, preparada para soltar la primera ráfaga de artillería tan pronto pusiera pie en el salón. No lo pensé y ya, no era algo que pudiera siquiera pensar; ¿cómo habría de negarme?;¿como le diría a Philippa que no tomaría el lugar de su padre en el altar?;¿como decirle que no a esos ojitos negros que suplicarían por verme ahí, cumpliendo un papel que el destino me otorgo sin pedirlo? Imposible.

Esa noche entramos por extremos opuestos del gran salón de Sotavento, hasta ahí las consideraciones de civilidad. Entramos casi al mismo tiempo, reconociendo de una pasada el lugar y encontrándonos la mirada en un instante. Ahí estabas tú, con las joyas de su familia, con el porte de una princesa y el apellido de una plebeya; ahí estaba yo con el mismo frac viejo, de corte fino y cuidados negligentes. Nos evadimos desde ese momento y a como diera lugar. Tu siempre dijiste que era amor, yo siempre creí que sucumbías a todo aquello de lo que siempre nos burlamos, tú me buscaste yo renegué de él. No supimos explicarnos, no supimos entendernos, no quisimos escucharnos.

En algún momento me dejaste de buscar, yo pretendí olvidar. Entre amigos nos perdimos, por amores nos negamos. A pesar de todo no pude decir no cuando me eligieron padrino de Philippa, si alguien podría redimirnos sería ella, parecía que dije. La ceremonia pasó, las copas fluyeron y los invitados cumplieron su función; mientras revoloteaba en mi copa de helado me encontré tarareando una nota conocida; nunca supe el nombre pero la recordaba como si yo la hubiera escrito. Era un tango de esas noches de otoño en el parque Farallón; de esas noches en que aprendimos del amor con imposibles y de seducción para terceros.

Mientras mi sangre hervía me puse de pie, sin perderte de vista caminé hacia ti y te extendí la mano. Me miraste sin sobresaltos, comprendiste de inmediato el reto y elegiste tu batalla. Me clavaste los ojos mientras me empujabas sin piedad, elegiste dirigir, como solo tú podías hacerlo. Una pirueta bastó para encontrar tus ojos, ya no clavando la mirada, me pedías que lo entendiera sin decirlo, me gritabas que lo amabas y que todo lo demás no importaba. Te recorrí el brazo por detrás de la espalda mientras el tango seguía alimentando un momento de esos que paran el universo. Luché por negarme, argumenté y perdí. Escuchando tu mirada lo entendí, era amor. Nada importó: la familia, los hijos, los padres del novio, su origen noble, para poco sirvió tu academia, tus convicciones y tus ganas de independencia; el valor más grande de todos te llegó fulminante y no hubo más que hacer, lo amabas. Algo volvió en ese momento; tu dejaste de guiar y yo perdí la sangre hirviendo, me encontré de nuevo tarareando, correspondido en la sonrisa, sabiendo por fin que estábamos de vuelta.

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