jueves, 12 de marzo de 2009

Uno, dos, tres deditos(18 de diciembre de 2008)

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez dedos. Puedo contar desde esta perspectiva Diez dedos, doce si cuento los dos dedo de mi pie izquierdo que se asoman por encima de la colcha. Así empiezo a escribir hoy, a falta de mejores ideas o de una frase memorable que interese al lector. Hago uso de algo tan sencillo como una simple y humilde observación. Inclino un poco la cabeza y observo por la ventana: una de las vistas mas bonitas de las que me puedo acordar. En esta ocasión no estoy observando los glaciares, o volcanes, dunas, olas, aves, seres queridos. Esta visión es mas mundana y urbana, es una panorámica de la ciudad de Monterrey. Bastante común, muchas casas, ninguna construcción representativa, ni siquiera alguno de sus cerros icónicos. Miles y miles de casas, negocios, lucecitas parpadeantes que no impresionan al que no quiere realmente ver. Sin embargo la ciudad me llama, hace ya varios años que decidí por cuenta propia seguir mi camino y alejarme de esta metrópoli norteña, las promesas de nuevas aventuras y retos se saboreaban impacientes en mis labios.
¿Qué tanto queda de aquel joven regordete y simpático que se subía al transporte escolar irracionalmente ebrio como si fuera algo de lo que estar orgulloso?, ¿Qué tanto queda de aquel intento de casanova que se divertía jugando con la gente a su antojo?,¿Y de ese fiel compañero de farra que siempre estaba dispuesto a evadir sus deberes con tal de escaparse un poco de si mismo?. Miramos sobre nuestras huellas el camino que hemos seguido. Reconocemos todos los pasos, conscientes o no, que hemos dado. Profundas transformaciones fueron puestas en marcha desde aquel 9 de diciembre en que con una lagrima en los ojos dejaba lo que por primera vez se sentía como una vida construida por mi, una historia en la que yo y nadie mas había sido el protagonista, escritor, productor y director.
Soy un niño aun. Uno con muchas mas herramientas para lidiar con los problemas del mundo pero un niño a fin de cuentas. Lejos todavía de tener la sabiduría “del diablo” que mi padre conserva y fomenta todos los días, o del encanto natural y calculado de mi madre. Aun a años luz de tener la tranquilidad de alma de mi abuelo y esa paz que puedo ver en sus ojos grises cada vez que lo abrazo y le digo lo mucho que lo quiero. Tengo solo 22 años y algunos meses al día de hoy, y la promesa de nuevas aventuras y retos se sigue saboreando en mis labios: fuerte, medusica, cegadora.
Nunca hubiera podido imaginar que las aventuras mas emocionantes, que los retos mas difíciles…todos los viviría dentro de mi. No fue necesario aventarme de un biplano de la segunda guerra mundial al vacío, o escalar un glaciar, incluso no tuve que ser perseguido por bandoleros en medio de la selva(no que estas aventuras no fueran emocionantes) pero mi mas grande aventura hasta ahora ha sido navegar por mi mismo. Descubrir todas aquellas cosas de las que yo no tenia idea, aprender que tengo mas capacidades de las que hubiera pensado. Que yo soy lo mas complicado que jamás intente conocer. Mis compañeros de viaje casi siempre han sido los mismos: mi familia, un puñado de amigos, y mi niño interior que se niega a quedarse quieto en casa y exige ser entretenido el mayor tiempo posible. Yo hago lo que puedo, lo mantengo ocupado lo mas que puedo aunque siempre encuentra un pretexto para ponerse necio y querer algo que seguramente no podré darle en el momento.
El niño duerme ahora, la extensa jornada de ayer lo dejo rendido; mi yo adulto lo arrulla de la única manera que sabe y comprende que hoy esta solo. Las copas no sabrán igual y seguramente no será tan divertido pero no se preocupa, sabe que siempre puede despertar y acompañarlo una vez mas.

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